lunes, 27 de abril de 2015

jueves, 16 de abril de 2015

Todo había comenzado una semana antes. Mensajes inocentes. El encuentro de los ojos. Voces desconocidas abriéndose paso, levantando catedrales a Dioses innombrables. Y todo marchaba bien. Todo se encaminaba como el niño que ha dado los primeros pasos.

Ahora eran las tres de la tarde. Algo se movía entre los arbustos, bajo la silla, haciendo muecas a los espíritus. Eran las tres de la tarde y no había más que sol, viento y espera; y un rostro, pálido, en reposo casi absoluto. Simulaba la muerte.

Yacía sobre el banco, solo, con un ejemplar de la Odisea. Argos había ya muerto, y el sintió un hundimiento en el corazón. Se preguntó si alguien moriría por él luego de esperarlo por casi una década. ¡Por supuesto que no!, pensó; él no era Odiseo, su vida no fue un mapa trazado por los dioses ni su destino es marcar a toda una sociedad. Él sólo es él, un espíritu siendo engañado por una sombra en una hora funesta que no puede contener ningún adjetivo.

El equilibrio de la escena se rompe. Alguien se aproxima. La vigilia se erecta. Los ojos se alzan. 

l: ¿Cómo estás? Pregunta L.
s: Bien, normal, como siempre. Responde Sombra.

Los personajes aquí jugando son L. y Sombra; ya hemos hablando de Sombra, intentemos introducirnos en L. antes de proseguir el diálogo.

Su alma es clara como el agua; digamos que es un espejo rojo, un vidrio sucio, alguien que cedió ante el mundo para alcanzar la felicidad. Sus ideales, aunque nunca existieron, fueron inmolados y ahora camina, triste, entre la multitud, siendo uno más, pensando no serlo, sin embargo, siendo. L. es todo menos un algo fuera de lo común. Sombra está enamorado de L., a pesar de todo. Sombra a veces se sorprende pensando de más sobre L., puesto que en el fondo Sombra no lo ve más que como un alma vulgar, un grano de arena, alguien que sólo puede satisfacer sus necesidades afectivosimbólicas y asesinar el poco intelecto que Sombra posee. Sin embargo, L., posee una belleza innata, infantil. Esa propia de aquellos que ven en la brisa al mensajero del futuro. Se podría decir que para Sombra L., también es una tragicomedia, un final predecible, el equilibrio necesario. En fin.

l: ¿Qué tal tu día? Intenta abrazar a sombra.

Sombra cae rendido en sus brazos y responde que eso era en lo único que pensó durante todo el día. Morir por unos segundos en los brazos de L.

El dialogo, podríamos resumir, es un intercambio de palabras vacías que no vale la pena mencionar. Sombra, abstraído, sigue esperando. L. está ahí, alma y cuerpo, y Sombra espera. ¿Qué? 

Se levantan del banco. Caminan. Hablan. Miran el cielo. L, se enternece por el baile de los arboles al ritmo del viento. Sombra sonríe. Salen a la avenida. Sombra mira a L. con vehemencia, quisiera darle un beso en el mentón y llevárselo a una tierra lejana y ser sólo ellos dos en perfecta unificación.

Siguen caminando hasta llegar al punto más alto de la ciudad. Desde allí miran el atardecer.

L. dice una serie de cosas a las que Sombra no presta atención porque no le interesan, porque no trascienden el velo de lo estúpido. Y aún así L. es la-cosa-ahí más hermosa que Sombra ha visto en ese instante. ¿Por qué no se arrojan juntos desde un edificio o se unen en perfecta armonía en una cama?

Salen del sitio. Caminan, en silencio, ninguno habla.

l: Uno no decide a quien querer. No es así de fácil.
x: ¿a qué te refieres?
l: Pues, que es difícil querer a alguien. Así de sencillo. No importa la voluntad, los deseos; si no está allí esa cosa natural, espontánea, ese impulso místico de ver el otro con un halo lunar en su cabeza, pues, ya está, nunca existirán más que conversaciones vacías, caras largas, miradas de reproche, sonrisas ahorcadas, ojos muertos.

Aún caminan. Sombra aún considera a L. hermoso.

Luego:

x: ¿Por qué estás reticente con respecto a mí?
l: Ya no me emociona tanto salir contigo.

Silencio sepulcral. Sombra se ha encerrado en si mismo. L. no sabe qué hacer. Sombra quiere su abrazo. L. le pregunta si lo acompaña a tomar el autobus. Sombra dice que le da igual. L. lo levanta, caminan. Sombra pide un cigarro, fuma desesperadamente, buscando consuelo en el humo que muere en sus pulmones y cuya alma se va, se va; puesto que todos se van. Incluso por los que se lucha.

Llega el autobus.

x: Chao.
l. Chao.

L. se marcha, el autobus deja a Sombra. Sombra permanece solo, oscuro, silencioso, por media hora. Esperando. 

Meses después y aún espera. 

Sombra espera y extraña. L. ha olvidado; L. ha tirado el cadáver de sombra al río.

¿Alguna vez alguien morirá esperando a Sombra?