A Maturín
la ciudad distinta
que la mata de mango
me susurra con su sombra
y que el viento me muestra
cuando se pasea por las calles
de esta ciudad
que grita su sentimiento
su lamento
su añoranza
a través de las avenidas,
de su gente,
del rehusar recordar
aquello que le fue tan
suyo
característico
inherente
y ahora arrebatado
por un devenir
incierto
como este
poema tembloroso.
Tal vez
en ese ahogo
en esa grisácea flor
yace un monumento
al sueño perdido
belleza que habita
entre los matorrales
y el monte
al pie de la
carretera
tal vez,
me digo,
mientras recreo
el porqué
y el cómo.
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