Es una noche tan absoluta de silencio. Silencio desgarrador, herida elusiva, ilusiva, pero abierta con toda la realidad del mundo. Una luna se sostiene en el cielo que contiene dentro de sí a mi mirada. Somos ella, ello y yo, sin más ni menos. Si describo, pierdo. Si escribo también. Yo me traiciono de diferentes maneras -pienso, mientras contemplo aquella palidez espectral-. Ésta soledad, asesina por mí, ya que le doy razón para no existir. Me pierdo tan sigilosamente para luego encontrarme otra vez en el usual estado de deterioro. Yo no sé. No sé. Nada sé salvo de la adjetivación salvaje, insípida, despiadada. Confundo el fondo con la forma, la forma con el fondo, y al momento de ver otra vez, encuentro lo mismo con un grado más de pesadez. El lenguaje que conozco a medias y los personajes rudimentarios acentúan esta carencia de mí. ¿Cómo explicarlo? pues, un ejemplo: al ver mi reflejo en los espejos, los vidrios o el agua, me reconozco como lo que soy: un desconocido. Sollozante, la esperanza en mí me obliga a proseguir; narciso, el reflejo finge comprender. Así crecen mis raíces: en una dicotomía constante que me aleja cada vez más.
Si tan sólo... y no hay "más". Tristísima existencia.
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