jueves, 29 de octubre de 2015

La imagen se llena con música. La imagen se pasea por calles, rincones, avenidas, y es sombra. Sombra de la juventud, de los años, del tiempo; que sin sentido se avoca a la contemplación sin cuartel de lo otro y se pregunta qué hacer, qué pensar, cuál es el destino de tanta y tanto si en el fondo mismo no hay fondo sino un vacío que se extiende con el tamaño de la muerte: qué hacer, qué pensar, si todo refugio no es más que el borde del abismo al que debemos saltar.

*

Molino molero, cantando a la bruma, unas puertas se abren, expulsan un vahído, es una boca, la luz me permite verlo mejor. Se ha abierto y algo ha de decir, Habla, pues. Espero, espero y sólo hay el vahído, una blancura espectral en todo el espacio. El silencio se vuelve absoluto y la blancura lo ha invadido todo. Aún espero la palabra y sólo hay silencio, profundo silencio que enseñorado de todo funda un imperio cuyo territorio son mi cuerpo y mi alma.

Aún espero la palabra.

*

Un ejército de voces muertas marchan sobre mí y esto es lo único que podría decir, sin embargo, algo en mí presiente una vastedad en forma de promesa y qué hay más allá que nos espera; las selvas y los bosques han muerto, los cadáveres sin sepultura yacen en todos lados y los fantasmas con sus voces recorren los templos así que ya no hay sitio para el descanso así que la mano estranguladora, rebosante de patetismo se extiende hacia el crepúsculo cuya luz fue usada para tejer su mortaja.

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