domingo, 30 de junio de 2013

Algo corre por mi sangre:
es un ardor,
un fulgor,
el llamado,
la necesidad por desentrañar
la noche:
abrir su pecho
morder sus pulmones
fornicar sobre sus vísceras.

¿Qué harás cuándo esta,
desparramada en tu lienzo,
se abalance sobre ti?

Nada hay por lo cual combatir;
sólo existe, en el lugar donde
nace la voz,
una sutil continuación...
y el respiro, el aire
necesitas más vida
más agonía.

Tú no sabes sobre el olvido
que merodea estos rituales
implacables donde el alma
y la nada se reconocen:
reflección buscada 
en la oscuridad, encontrada
en la orfandad, aborrecida
con absoluta claridad.


¡ay, qué será del sueño, la idealización, elixir, dulce brebaje de nuestro aliento!
Rafael González

Ves
con fría devoción
el amanecer y el atardecer
de tantos reinos.

Aún así, crees en la
luz del medio día,
esa que baña a los cuerpos
que huyen de la noche.

viernes, 28 de junio de 2013

¡Pero el cielo nos llama!
¡Pero la tierra nos llama!
No sucumbas, alma mía
ante el llamado
incesante
de tus heridas.
Evitar los refugios.
Cubrir con la palabra.
Vacilar
en el momento
indicado.
Ignorar las señales,
estar tan ensimismado
que ni la luz
pueda
atravesar
nuestro cuerpo
hecho de cenizas.

Prosa de los días, José Ramón Medina.

 Pero caen las cosas a nuestro paso.
Y nos recuerdan que es inútil que toquemos esa puerta,
que abramos ese armario,
que nos detengamos ante ese espejo como ante un lago seco,
y que reclinemos en la almohada
nuestra pobreza de inconfesables odios.

 Porque así son los días.
Porque así es el estarse mirando en los días.
Y no hay más remedio que asomarse a ese pozo
de pequeñas historias, de inicuas necesidades ineluctables.
Y pedir un puesto entre todos
para, también, empezar a ofrecer nuestra mercancía,
a pregonar que hemos venido a venderla al mejor postor,
y que somos turbios como los otros,
que somos -como los otros-
dignos de que nos asignen un número
entre la legión de los que saben usar sus máscaras
por calles y estaciones.

 Qué terrible, sin embargo.
Qué terrible cuando el hombre llega a su casa
y prende el cigarro de costumbre,
y empieza a dejar en todas partes su ceniza y su humo.

 Qué terrible saberse vacío, andando por los cuartos,
visitando los retratos mudos de las paredes,
escarbando en el hueco absurdo de unos libros estériles
tirados sobre la mesa.
Porque verse por dentro duele a veces,
tanto como una espada sobre una llaga,
tanto como unas manos que no saben
otro camino más allá del bolsillo.
Y es tonto que los años pasen
y estemos haciendo siempre el mismo número,
para que otros aplaudan,
para que otros se resignen a aplaudir.
Y es tonto, desmesuradamente tonto,
que tengamos nuestros ojos acostumbrados
a mirar solamente las polvorientas alcancías,
al obeso doctor que sabe ir a misa diariamente
y le prende una vela al diablo de su devoción en la calle,
y a los otros que no nombro,
pero que están en todas partes como la langosta,
y sobre todo al que escribe su historia,
al que escribe su historia y la sabe contar por todas partes,
y es un poco turbio,
y un poco estúpidamente fatuo.

 Pero es tarde ya. Y hay que apagar la luz.
Y hay que empezar a reconstruirse,
de afuera para dentro.
A reconstruirse, pedazo a pedazo.
Con paciencia ha de hacerse:
tenemos la medida para ello, al cordel necesario
cuelga entre nuestros dedos,
y no nos falta, ni siquiera, el nombre
para arrimarlo a la llama de las cosas inútiles.
Entonces es cuando llaman a la puerta,
cuando tocan recio a nuestra puerta;
y salimos a abrir, desnudos,
todavía a medio hacernos,
tambaleándonos de olvido,
cegados por el resplandor de lo que hemos soñado,
de lo que hemos dejado en el sueño
creadoramente útil.
No, no importa que la máscara se haya caído.
Podemos recogerla.
Podemos ponerla otra vez sobre nuestro rostro.
Y sonreír, como antes.
Sonreír a medias, entornando los ojos.
O reír estrepitosamente, reír con ganas,
reír a golpes de martillo,
mientras adentro algo se está quebrando,
algo se está rompiendo tristemente,
triste o lamentablemente, para siempre.

 Es tonto todo esto. Es tonto y tú lo sabes.
Tú sabes que no hay que hacerse el tonto.
(O no pasar por tonto.)
Y por eso te vengas.
Te vengas de los tontos. De ti mismo.
Y de los otros.
Y le sabes poner muy bien sus nombres a las cosas.
Y has aprendido a hacer genuflexiones,
a bajar los ojos, a inclinar la frente,
a decir "sí" o "no", y a hacerte el que no entiendes
cuando el señor obeso te reprende.
¡Ay, qué felicidad!
¡Qué felicidad tan diariamente conservada!

 Porque también es útil el sabor de la ignorancia,
la costra que nos cubre, que nos defiende,
de los ojos malignos.
Porque es útil no dejar saber
dónde está el relleno de nuestro cuerpo,
esa parte que nos hace ser luminosos
en medio de tanta turbia desnudez,
en medio de tanta sombra sin remedio.
Es útil la ignorancia que te rodea.
Y tú te sabes administrar
para que todos se equivoquen, para
que no se sepa, en fin,
en dónde está tu nombre verdadero.
¿Y qué más has de pedir,
si todo está a tu alcance,
si tus manos ya aprendieron a hacer el nudo corredizo,
y tus pantalones no están llenos de aire
ni bambolean por las calles?

 Veamos: qué hemos de hacer ahora
si todo ya está hecho,
si todo ya está maravillosamente hecho
y ordenado,
que nadie se equivoca de puesto,
que nadie osa de dejar de pregonar
cuándo le place el que le compren su miseria.
Mejor sería llorar.
Mejor sería llorar calladamente.
Llorar en nuestro cuarto, bajo llaves.
Lloras sin que nos vean, en silencio.
Llorar en todas partes, para adentro.
(Porque no es elegante llorar en público
y que sepan que nuestras lágrimas
no pueden venderse y son saladas
como las otras lágrimas.)

 Por eso, amigo, te propongo ir al cine.
Vamos al cine y tomemos un puesto entre lo más oscuro.
El cine es ideal para los murmullos,
para los pequeños ruidos, para el papel
absurdamente caído del bolsillo,
para la inútil sombra de los dedos
tan quietamente solos y vacíos.
Y tantas veces, sí, y tantas veces
esa voz del olvido, ese pedazo
de soledad ardiendo,
ese misterio de campanas quebradas y cayendo
en el abismo sordo de los días...

 Mas, ay, que duele como un ojo
tristemente en el aire de la noche;
ay, que duele mirar ese naufragio
de lentas cosas sabidas o ignoradas,
de lutos poderosos, de agonías
hincando en lo profundo de los pechos
con desarmados ojos de homicidas...

 Por eso no importa.
Y es que no importa nada.
Y el mundo está bien hecho.
Y el mundo está muy bien hecho.
Las flores
son el
lugar común
donde habitan
los poemas.

miércoles, 26 de junio de 2013

La luna es
el ojo de la noche
me digo
mientras descubro
en el espejo
de la madrugada
en el filo
de su bravura
que mis ojos
tienen la simetría
perdida
en los momentos
de sol.

lunes, 24 de junio de 2013

Y la lluvia
plateada
dorada
resplandeciente
cae
para lavar
nuestros cuerpos
de tanta
pregunta
innecesaria.

domingo, 23 de junio de 2013

Sublime

En la distancia,
allí,
en el paisaje
separado
de mí
por un vidrio sucio
veo
reflejadas
las sirenas que
antaño
me llamaron
para usar mi cuerpo
como lugar
de rituales
inmaculados.

(Te he buscado
hasta romper
mis músculos,
mi voz
¿por qué mi alma
es tu mazmorra
de inquietudes
y experimentos
desgarradores?)

Ahora, en
esta soledad,
lo único absoluto
e irremediablemente
repetible,
comprendo
que
la asfixia
es la única
compañera
con la cual
compartir
un
cigarro.
Soy una constante caída libre.

sábado, 22 de junio de 2013



He pasado una larga estadía en las entrañas.

Fui expulsado, antaño, sin ninguna lección.

Despierto
sangre brota de no-sé-donde;
el viento llama, puedo sentirlo
haciendo trizas
en lo poco que queda.

La clave -dijo- es no acudir aunque esté apoderado;
aunque esté dando de sí en presencia de sí.

Me detengo.
Contemplo la traslucida construcción,
del otro lado tú
haciendo gestos
que no comprendo,
que no retendré.

Aquí, en cambio,
la serpiente no
muerde su
cola.

Hay un ser aislado por sí mismo (yo sólo quiero ir),
un caer indeterminado,
imparable
gota a gota
sobre el deseo
que se corresponde
contigo, en ti.

No vengas, destrucción. Déjame acudir al encuentro.

jueves, 20 de junio de 2013

Ya hablé.

El momento
de sucumbir
se acerca
más y más
con cada palabra
lanzada al vacío
que yace
en mis manos.
Mi alma se derrite
junto a mi mano
sobre esta hoja
cada vez que
trato
de
evocar
la dolencia
que se vuelve
más
implacable
doblemente
insoportable
con el pasar
de los alientos
que engendran
la vida
que nunca
pedí
descifrar.

martes, 18 de junio de 2013

domingo, 16 de junio de 2013

Los trabajos y las noches, Alejandra Pizarnik

Para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente

sábado, 8 de junio de 2013

miércoles, 5 de junio de 2013

martes, 4 de junio de 2013

Reconozco el contorno
¿qué es la forma?
Sombras
desfilan
en el santuario
de nadie;
hacen círculos
trazan líneas
simulan
conocer
el debido
ritual.

El centro
maldito
bendito
allí,
sin nombre,
la ignorancia
se levanta

y yo
sentado
en el
rincón
observo
la sublime
subyugación.