Nuestros cuerpos giraban como péndulos
ante la atracción celestial de la noche.
Te volviste sacrificio,
te convertiste en ofrenda
renegando de la nostalgia
y todo aquel obstáculo
mundo de ideas,
universo de opacidades,
telaraña de incesantes
que te impedían deslucir
los contornos de tu sombra.
Aun así el canto sigue siendo
un animal desconocido
que te impulsa a destejer el vacío,
esa orgía de silencio y miedo
que te impedía preguntar:
¿a quién pertenece?
Eco erosionado por placer,
por qué al ocultarse el sol
brilla su interior:
no ha sido desgastado,
solo ves lo que ansías que suceda
para que tu pecho respire en armonía
junto el pseudoplacer de haber
dejado todo atrás.
¿Me pertenezco?
No mí cuerpo,
mí silencio.
Puedo decir "mí",
más no observar
cuantas estrellas murieron
mientras ese sonido,
juego intacto de conceptos,
se trasladaba sobre el tiempo.
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