El viento puede arremeter,
formar tornados, huracanes,
mover océanos,
desconfigurar
montañas
pero
nosotros
nos sostenemos
firmes
juntos.
lunes, 23 de diciembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
sábado, 16 de noviembre de 2013
sábado, 19 de octubre de 2013
miércoles, 18 de septiembre de 2013
lunes, 16 de septiembre de 2013
sábado, 14 de septiembre de 2013
lunes, 9 de septiembre de 2013
domingo, 8 de septiembre de 2013
sábado, 7 de septiembre de 2013
viernes, 6 de septiembre de 2013
domingo, 1 de septiembre de 2013
sábado, 31 de agosto de 2013
viernes, 30 de agosto de 2013
Un muro
se levanta
es de un azul
sombrío
absoluto
de repente
aparece
un agujero
se pasea
lentamente
desde un
extremo
a otro
el frío también
es absoluto
el agujero
sigue
perdiéndose
luz
entra
a través
de él
es
opaca
el muro
se desgarra
en islas
oscuras
entran otras
luces
también son
opacas
son el mar
nunca el cielo
despreció tanto
lo humano
y la cierra,
casi
invisible
abajo
delimitando
la existencia
del espectáculo
y los pájaros
recordandonos
que seguimos
vivos
después
de todo.
se levanta
es de un azul
sombrío
absoluto
de repente
aparece
un agujero
se pasea
lentamente
desde un
extremo
a otro
el frío también
es absoluto
el agujero
sigue
perdiéndose
luz
entra
a través
de él
es
opaca
el muro
se desgarra
en islas
oscuras
entran otras
luces
también son
opacas
son el mar
nunca el cielo
despreció tanto
lo humano
y la cierra,
casi
invisible
abajo
delimitando
la existencia
del espectáculo
y los pájaros
recordandonos
que seguimos
vivos
después
de todo.
Ensimismado
absorto
distraído
descubro la lluvia
rebotando en el piso
en los vidrios
sobre todo eso
fuera
de este cuarto
que me
contiene
el éxtasis invade
mis sentidos
por tal sonido hipnótico
regalo, maravilla
concierto de los cielos
sorbo de eternidad
al prestar atención
descubro
que cesó
sólo quedan
agonizantes
recuerdos
gotas
que imploran
no conocer
su destino:
el piso.
absorto
distraído
descubro la lluvia
rebotando en el piso
en los vidrios
sobre todo eso
fuera
de este cuarto
que me
contiene
el éxtasis invade
mis sentidos
por tal sonido hipnótico
regalo, maravilla
concierto de los cielos
sorbo de eternidad
al prestar atención
descubro
que cesó
sólo quedan
agonizantes
recuerdos
gotas
que imploran
no conocer
su destino:
el piso.
viernes, 23 de agosto de 2013
¿Qué consuelo hay para quien brilla por su opacidad?
Camino al rededor de mi cabeza. Caigo mareado sobre mí.
Mi mano quiere, añora tocar el papel, pero yo no necesito refugio. No. Yo quiero seguir hundiéndome, volar una y otra vez sobre la garganta del abismo, siendo uno con la luz que cae desde el cielo, siendo aquello que acaricia a las hojas mientras imploran no ser consumidas por el suelo donde han de vivir por última vez.
Yo, en cambio, cortante, cuchillo en mano, desato el muro de ideas que da belleza y sentido al vomito verbal que paren mis sentidos.
Quiero escribir algo largo, inmenso, universal, que trascienda estructuras, que destruya puertos, que sea como la ola y el firmamento. Pero, ¿qué digo? Repito, imito, sin embargo. ¡Tormento ser reflejo de sombras, sombras de reflejo! No existe en mí el centro de donde todo ha de fluir; en otras palabras: el centro es el aire, está afuera, siendo confundido por el humo del cigarro que mi cuerpo ansía para calmarse. Pero el aire es espeso, moribundo, lo fumo, lo inhalo, acepto, me detengo, me veo, no entiendo. Este éxtasis invocado (porque nunca viene de forma voluntaria o espontánea o natural) sólo es la vía donde la pérdida es vida y la vida pérdida y las palabras también son vías imitan llaman buscan buscan buscan pero el gran salto yo quiero vivir en el fondo del abismo en la parte más alta de la estrella entre los racimos de uva y los arboles donde mi alma ha morado desde el nacimiento.
Yo quiero. Yo fluyo. Esto que nace en mi vientre, expulsado desde mi piel, arrinconado por mis dedos... esto, esto, esto que vive en mí sólo quiere huir. Mientras tanto, en el fondo oscurísimo de la noche donde la estructura es inflada buscando estallar pero hallando que sólo los afortunados mueren sin pedirlo, en el lugar común donde todo es cierto, válido, hermoso, "común", habita el anhelo más grande, el hilo que une fronteras y desborda épicas incomunicables: aquello, cómo yo, quiere ser suyo y de nadie más.
Camino al rededor de mi cabeza. Caigo mareado sobre mí.
Mi mano quiere, añora tocar el papel, pero yo no necesito refugio. No. Yo quiero seguir hundiéndome, volar una y otra vez sobre la garganta del abismo, siendo uno con la luz que cae desde el cielo, siendo aquello que acaricia a las hojas mientras imploran no ser consumidas por el suelo donde han de vivir por última vez.
Yo, en cambio, cortante, cuchillo en mano, desato el muro de ideas que da belleza y sentido al vomito verbal que paren mis sentidos.
Quiero escribir algo largo, inmenso, universal, que trascienda estructuras, que destruya puertos, que sea como la ola y el firmamento. Pero, ¿qué digo? Repito, imito, sin embargo. ¡Tormento ser reflejo de sombras, sombras de reflejo! No existe en mí el centro de donde todo ha de fluir; en otras palabras: el centro es el aire, está afuera, siendo confundido por el humo del cigarro que mi cuerpo ansía para calmarse. Pero el aire es espeso, moribundo, lo fumo, lo inhalo, acepto, me detengo, me veo, no entiendo. Este éxtasis invocado (porque nunca viene de forma voluntaria o espontánea o natural) sólo es la vía donde la pérdida es vida y la vida pérdida y las palabras también son vías imitan llaman buscan buscan buscan pero el gran salto yo quiero vivir en el fondo del abismo en la parte más alta de la estrella entre los racimos de uva y los arboles donde mi alma ha morado desde el nacimiento.
Yo quiero. Yo fluyo. Esto que nace en mi vientre, expulsado desde mi piel, arrinconado por mis dedos... esto, esto, esto que vive en mí sólo quiere huir. Mientras tanto, en el fondo oscurísimo de la noche donde la estructura es inflada buscando estallar pero hallando que sólo los afortunados mueren sin pedirlo, en el lugar común donde todo es cierto, válido, hermoso, "común", habita el anhelo más grande, el hilo que une fronteras y desborda épicas incomunicables: aquello, cómo yo, quiere ser suyo y de nadie más.
jueves, 22 de agosto de 2013
martes, 20 de agosto de 2013
Trascendiendo la estructura misma del trascender
Soy como la hoja
de un árbol
al igual que los demás
qué asfixia
tan inmensa
¿por qué hemos
de secarnos
y caer?
de un árbol
al igual que los demás
qué asfixia
tan inmensa
¿por qué hemos
de secarnos
y caer?
viernes, 2 de agosto de 2013
domingo, 28 de julio de 2013
jueves, 25 de julio de 2013
lunes, 22 de julio de 2013
martes, 16 de julio de 2013
A Maturín
la ciudad distinta
que la mata de mango
me susurra con su sombra
y que el viento me muestra
cuando se pasea por las calles
de esta ciudad
que grita su sentimiento
su lamento
su añoranza
a través de las avenidas,
de su gente,
del rehusar recordar
aquello que le fue tan
suyo
característico
inherente
y ahora arrebatado
por un devenir
incierto
como este
poema tembloroso.
Tal vez
en ese ahogo
en esa grisácea flor
yace un monumento
al sueño perdido
belleza que habita
entre los matorrales
y el monte
al pie de la
carretera
tal vez,
me digo,
mientras recreo
el porqué
y el cómo.
jueves, 11 de julio de 2013
domingo, 7 de julio de 2013
viernes, 5 de julio de 2013
jueves, 4 de julio de 2013
I
Recordar tu mirada,
ese espectro que
bajo el sol
se disuelve
para encarnar
mi nombre.
Recrear tu figura
que tan sutilmente
encierra a los monstruos
que arrancan pedazos
de quién sabe qué.
Y, sin embargo,
subir tan alto
para caer
despavorido
amnésico
sobre tu voz.
II
Descubrir lo que es la oscuridad a tu lado
ese es el secreto de toda fricción ardiente.
Recordar tu mirada,
ese espectro que
bajo el sol
se disuelve
para encarnar
mi nombre.
Recrear tu figura
que tan sutilmente
encierra a los monstruos
que arrancan pedazos
de quién sabe qué.
Y, sin embargo,
subir tan alto
para caer
despavorido
amnésico
sobre tu voz.
II
Descubrir lo que es la oscuridad a tu lado
ese es el secreto de toda fricción ardiente.
domingo, 30 de junio de 2013
Algo corre por mi sangre:
es un ardor,
un fulgor,
el llamado,
la necesidad por desentrañar
la noche:
abrir su pecho
morder sus pulmones
fornicar sobre sus vísceras.
¿Qué harás cuándo esta,
desparramada en tu lienzo,
se abalance sobre ti?
Nada hay por lo cual combatir;
sólo existe, en el lugar donde
nace la voz,
una sutil continuación...
y el respiro, el aire
necesitas más vida
más agonía.
Tú no sabes sobre el olvido
que merodea estos rituales
implacables donde el alma
y la nada se reconocen:
reflección buscada
en la oscuridad, encontrada
en la orfandad, aborrecida
con absoluta claridad.
viernes, 28 de junio de 2013
Prosa de los días, José Ramón Medina.
Pero caen las cosas a nuestro paso.
Y nos recuerdan que es inútil que toquemos esa puerta,
que abramos ese armario,
que nos detengamos ante ese espejo como ante un lago seco,
y que reclinemos en la almohada
nuestra pobreza de inconfesables odios.
Porque así son los días.
Porque así es el estarse mirando en los días.
Y no hay más remedio que asomarse a ese pozo
de pequeñas historias, de inicuas necesidades ineluctables.
Y pedir un puesto entre todos
para, también, empezar a ofrecer nuestra mercancía,
a pregonar que hemos venido a venderla al mejor postor,
y que somos turbios como los otros,
que somos -como los otros-
dignos de que nos asignen un número
entre la legión de los que saben usar sus máscaras
por calles y estaciones.
Qué terrible, sin embargo.
Qué terrible cuando el hombre llega a su casa
y prende el cigarro de costumbre,
y empieza a dejar en todas partes su ceniza y su humo.
Qué terrible saberse vacío, andando por los cuartos,
visitando los retratos mudos de las paredes,
escarbando en el hueco absurdo de unos libros estériles
tirados sobre la mesa.
Porque verse por dentro duele a veces,
tanto como una espada sobre una llaga,
tanto como unas manos que no saben
otro camino más allá del bolsillo.
Y es tonto que los años pasen
y estemos haciendo siempre el mismo número,
para que otros aplaudan,
para que otros se resignen a aplaudir.
Y es tonto, desmesuradamente tonto,
que tengamos nuestros ojos acostumbrados
a mirar solamente las polvorientas alcancías,
al obeso doctor que sabe ir a misa diariamente
y le prende una vela al diablo de su devoción en la calle,
y a los otros que no nombro,
pero que están en todas partes como la langosta,
y sobre todo al que escribe su historia,
al que escribe su historia y la sabe contar por todas partes,
y es un poco turbio,
y un poco estúpidamente fatuo.
Pero es tarde ya. Y hay que apagar la luz.
Y hay que empezar a reconstruirse,
de afuera para dentro.
A reconstruirse, pedazo a pedazo.
Con paciencia ha de hacerse:
tenemos la medida para ello, al cordel necesario
cuelga entre nuestros dedos,
y no nos falta, ni siquiera, el nombre
para arrimarlo a la llama de las cosas inútiles.
Entonces es cuando llaman a la puerta,
cuando tocan recio a nuestra puerta;
y salimos a abrir, desnudos,
todavía a medio hacernos,
tambaleándonos de olvido,
cegados por el resplandor de lo que hemos soñado,
de lo que hemos dejado en el sueño
creadoramente útil.
No, no importa que la máscara se haya caído.
Podemos recogerla.
Podemos ponerla otra vez sobre nuestro rostro.
Y sonreír, como antes.
Sonreír a medias, entornando los ojos.
O reír estrepitosamente, reír con ganas,
reír a golpes de martillo,
mientras adentro algo se está quebrando,
algo se está rompiendo tristemente,
triste o lamentablemente, para siempre.
Es tonto todo esto. Es tonto y tú lo sabes.
Tú sabes que no hay que hacerse el tonto.
(O no pasar por tonto.)
Y por eso te vengas.
Te vengas de los tontos. De ti mismo.
Y de los otros.
Y le sabes poner muy bien sus nombres a las cosas.
Y has aprendido a hacer genuflexiones,
a bajar los ojos, a inclinar la frente,
a decir "sí" o "no", y a hacerte el que no entiendes
cuando el señor obeso te reprende.
¡Ay, qué felicidad!
¡Qué felicidad tan diariamente conservada!
Porque también es útil el sabor de la ignorancia,
la costra que nos cubre, que nos defiende,
de los ojos malignos.
Porque es útil no dejar saber
dónde está el relleno de nuestro cuerpo,
esa parte que nos hace ser luminosos
en medio de tanta turbia desnudez,
en medio de tanta sombra sin remedio.
Es útil la ignorancia que te rodea.
Y tú te sabes administrar
para que todos se equivoquen, para
que no se sepa, en fin,
en dónde está tu nombre verdadero.
¿Y qué más has de pedir,
si todo está a tu alcance,
si tus manos ya aprendieron a hacer el nudo corredizo,
y tus pantalones no están llenos de aire
ni bambolean por las calles?
Veamos: qué hemos de hacer ahora
si todo ya está hecho,
si todo ya está maravillosamente hecho
y ordenado,
que nadie se equivoca de puesto,
que nadie osa de dejar de pregonar
cuándo le place el que le compren su miseria.
Mejor sería llorar.
Mejor sería llorar calladamente.
Llorar en nuestro cuarto, bajo llaves.
Lloras sin que nos vean, en silencio.
Llorar en todas partes, para adentro.
(Porque no es elegante llorar en público
y que sepan que nuestras lágrimas
no pueden venderse y son saladas
como las otras lágrimas.)
Por eso, amigo, te propongo ir al cine.
Vamos al cine y tomemos un puesto entre lo más oscuro.
El cine es ideal para los murmullos,
para los pequeños ruidos, para el papel
absurdamente caído del bolsillo,
para la inútil sombra de los dedos
tan quietamente solos y vacíos.
Y tantas veces, sí, y tantas veces
esa voz del olvido, ese pedazo
de soledad ardiendo,
ese misterio de campanas quebradas y cayendo
en el abismo sordo de los días...
Mas, ay, que duele como un ojo
tristemente en el aire de la noche;
ay, que duele mirar ese naufragio
de lentas cosas sabidas o ignoradas,
de lutos poderosos, de agonías
hincando en lo profundo de los pechos
con desarmados ojos de homicidas...
Por eso no importa.
Y es que no importa nada.
Y el mundo está bien hecho.
Y el mundo está muy bien hecho.
Y nos recuerdan que es inútil que toquemos esa puerta,
que abramos ese armario,
que nos detengamos ante ese espejo como ante un lago seco,
y que reclinemos en la almohada
nuestra pobreza de inconfesables odios.
Porque así son los días.
Porque así es el estarse mirando en los días.
Y no hay más remedio que asomarse a ese pozo
de pequeñas historias, de inicuas necesidades ineluctables.
Y pedir un puesto entre todos
para, también, empezar a ofrecer nuestra mercancía,
a pregonar que hemos venido a venderla al mejor postor,
y que somos turbios como los otros,
que somos -como los otros-
dignos de que nos asignen un número
entre la legión de los que saben usar sus máscaras
por calles y estaciones.
Qué terrible, sin embargo.
Qué terrible cuando el hombre llega a su casa
y prende el cigarro de costumbre,
y empieza a dejar en todas partes su ceniza y su humo.
Qué terrible saberse vacío, andando por los cuartos,
visitando los retratos mudos de las paredes,
escarbando en el hueco absurdo de unos libros estériles
tirados sobre la mesa.
Porque verse por dentro duele a veces,
tanto como una espada sobre una llaga,
tanto como unas manos que no saben
otro camino más allá del bolsillo.
Y es tonto que los años pasen
y estemos haciendo siempre el mismo número,
para que otros aplaudan,
para que otros se resignen a aplaudir.
Y es tonto, desmesuradamente tonto,
que tengamos nuestros ojos acostumbrados
a mirar solamente las polvorientas alcancías,
al obeso doctor que sabe ir a misa diariamente
y le prende una vela al diablo de su devoción en la calle,
y a los otros que no nombro,
pero que están en todas partes como la langosta,
y sobre todo al que escribe su historia,
al que escribe su historia y la sabe contar por todas partes,
y es un poco turbio,
y un poco estúpidamente fatuo.
Pero es tarde ya. Y hay que apagar la luz.
Y hay que empezar a reconstruirse,
de afuera para dentro.
A reconstruirse, pedazo a pedazo.
Con paciencia ha de hacerse:
tenemos la medida para ello, al cordel necesario
cuelga entre nuestros dedos,
y no nos falta, ni siquiera, el nombre
para arrimarlo a la llama de las cosas inútiles.
Entonces es cuando llaman a la puerta,
cuando tocan recio a nuestra puerta;
y salimos a abrir, desnudos,
todavía a medio hacernos,
tambaleándonos de olvido,
cegados por el resplandor de lo que hemos soñado,
de lo que hemos dejado en el sueño
creadoramente útil.
No, no importa que la máscara se haya caído.
Podemos recogerla.
Podemos ponerla otra vez sobre nuestro rostro.
Y sonreír, como antes.
Sonreír a medias, entornando los ojos.
O reír estrepitosamente, reír con ganas,
reír a golpes de martillo,
mientras adentro algo se está quebrando,
algo se está rompiendo tristemente,
triste o lamentablemente, para siempre.
Es tonto todo esto. Es tonto y tú lo sabes.
Tú sabes que no hay que hacerse el tonto.
(O no pasar por tonto.)
Y por eso te vengas.
Te vengas de los tontos. De ti mismo.
Y de los otros.
Y le sabes poner muy bien sus nombres a las cosas.
Y has aprendido a hacer genuflexiones,
a bajar los ojos, a inclinar la frente,
a decir "sí" o "no", y a hacerte el que no entiendes
cuando el señor obeso te reprende.
¡Ay, qué felicidad!
¡Qué felicidad tan diariamente conservada!
Porque también es útil el sabor de la ignorancia,
la costra que nos cubre, que nos defiende,
de los ojos malignos.
Porque es útil no dejar saber
dónde está el relleno de nuestro cuerpo,
esa parte que nos hace ser luminosos
en medio de tanta turbia desnudez,
en medio de tanta sombra sin remedio.
Es útil la ignorancia que te rodea.
Y tú te sabes administrar
para que todos se equivoquen, para
que no se sepa, en fin,
en dónde está tu nombre verdadero.
¿Y qué más has de pedir,
si todo está a tu alcance,
si tus manos ya aprendieron a hacer el nudo corredizo,
y tus pantalones no están llenos de aire
ni bambolean por las calles?
Veamos: qué hemos de hacer ahora
si todo ya está hecho,
si todo ya está maravillosamente hecho
y ordenado,
que nadie se equivoca de puesto,
que nadie osa de dejar de pregonar
cuándo le place el que le compren su miseria.
Mejor sería llorar.
Mejor sería llorar calladamente.
Llorar en nuestro cuarto, bajo llaves.
Lloras sin que nos vean, en silencio.
Llorar en todas partes, para adentro.
(Porque no es elegante llorar en público
y que sepan que nuestras lágrimas
no pueden venderse y son saladas
como las otras lágrimas.)
Por eso, amigo, te propongo ir al cine.
Vamos al cine y tomemos un puesto entre lo más oscuro.
El cine es ideal para los murmullos,
para los pequeños ruidos, para el papel
absurdamente caído del bolsillo,
para la inútil sombra de los dedos
tan quietamente solos y vacíos.
Y tantas veces, sí, y tantas veces
esa voz del olvido, ese pedazo
de soledad ardiendo,
ese misterio de campanas quebradas y cayendo
en el abismo sordo de los días...
Mas, ay, que duele como un ojo
tristemente en el aire de la noche;
ay, que duele mirar ese naufragio
de lentas cosas sabidas o ignoradas,
de lutos poderosos, de agonías
hincando en lo profundo de los pechos
con desarmados ojos de homicidas...
Por eso no importa.
Y es que no importa nada.
Y el mundo está bien hecho.
Y el mundo está muy bien hecho.
miércoles, 26 de junio de 2013
lunes, 24 de junio de 2013
domingo, 23 de junio de 2013
Sublime
En la distancia,
allí,
en el paisaje
separado
de mí
por un vidrio sucio
veo
reflejadas
las sirenas que
antaño
me llamaron
para usar mi cuerpo
como lugar
de rituales
inmaculados.
(Te he buscado
hasta romper
mis músculos,
mi voz
¿por qué mi alma
es tu mazmorra
de inquietudes
y experimentos
desgarradores?)
Ahora, en
esta soledad,
lo único absoluto
e irremediablemente
repetible,
comprendo
que
la asfixia
es la única
compañera
con la cual
compartir
un
cigarro.
allí,
en el paisaje
separado
de mí
por un vidrio sucio
veo
reflejadas
las sirenas que
antaño
me llamaron
para usar mi cuerpo
como lugar
de rituales
inmaculados.
(Te he buscado
hasta romper
mis músculos,
mi voz
¿por qué mi alma
es tu mazmorra
de inquietudes
y experimentos
desgarradores?)
Ahora, en
esta soledad,
lo único absoluto
e irremediablemente
repetible,
comprendo
que
la asfixia
es la única
compañera
con la cual
compartir
un
cigarro.
sábado, 22 de junio de 2013
He pasado una larga estadía en las entrañas.
Fui expulsado, antaño, sin ninguna lección.
Despierto
sangre brota de no-sé-donde;
el viento llama, puedo sentirlo
haciendo trizas
en lo poco que queda.
La clave -dijo- es no acudir aunque esté apoderado;
aunque esté dando de sí en presencia de sí.
Me detengo.
Contemplo la traslucida construcción,
Contemplo la traslucida construcción,
del otro lado tú
haciendo gestos
que no comprendo,
que no retendré.
Aquí, en cambio,
la serpiente no
muerde su
cola.
Hay un ser aislado por sí mismo (yo sólo quiero ir),
un caer indeterminado,
imparable
gota a gota
gota a gota
sobre el deseo
que se corresponde
contigo, en ti.
No vengas, destrucción. Déjame acudir al encuentro.
jueves, 20 de junio de 2013
martes, 18 de junio de 2013
domingo, 16 de junio de 2013
Los trabajos y las noches, Alejandra Pizarnik
Para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
sábado, 8 de junio de 2013
viernes, 7 de junio de 2013
martes, 4 de junio de 2013
miércoles, 1 de mayo de 2013
jueves, 18 de abril de 2013
miércoles, 3 de abril de 2013
jueves, 10 de enero de 2013
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