miércoles, 20 de junio de 2012

Bajo la aurora boreal pronuncie los conjuros que vendieron mi alma a la entrega.

Entre los árboles, casi saboreando el agua de un lago que rebasaba en tamaño a nuestra existencia, tú y yo nos entregamos a la dicha de ser uno.

La luna, invocada entre lo que-no-es de éstas palabras, se ocultó en señal de protesta.

La eternidad es movimiento, es fusión, es un lugar donde los aspectos impronunciables confluyen creando así un basto río. Nosotros, en cambio, somos tiempo detenido que rehúsa ser erosionado por ordenes y palabras.

Yo no. Yo he de asesinar la palabra, he de asesinar lo que fue, he de torturar, despedazar, desmembrar lo que he aprendido a llamar cuerpo; un-en nombre de la ida. Acción inevitable, lugar sagrado, estado de purificación.

Me he perdido (sin embargo nunca fui mío; sólo observando los detalles de los recuerdos he descubierto que, sin saber, alguna vez lo fui - alguna vez, sin embargo, tampoco lo sentí) tratando de encontrarte. Miro a las cosas que fueron y me pregunto cómo pudieron siquiera ser ideadas sin un pre-establecimiento. Cómo nosotros, en tiempo detenido, sin arquetipo ni arquitecto, somos una unión nunca-destinada.

Oh, mirada noctambula, el tiempo ha de ser sacrificado en nuestro nombre. Mis palabras han de ser torturadas en nuestro nombre. En nuestra melodía, yo arranco mi cara y destruyo tu mascara, porqué el delirio de ser necesita de la ausencia para perpetuarse.

Bajo la aurora, bajo la aurora, bajo la metáfora te he conquistado, y ahora, ahora mi nuevo reino ha sido despedazado.

Quién sabe cuantos segundos más han de torturarme para volver otra vez más a ti, oh dulce sueño-delirio perdido en el espesor de lo desconocido.

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