martes, 26 de junio de 2012

Yo me he convertido en la arena de la isla.
Yo soy los mares, su canto, su tempestad
su analogía, su extensión, su alegoría:
soy el centro del cual todo emana.

Él es el viento que acaricia mis miembros en descomposición.

Una luna cuarta-menguante ante el onírico pasaje;
dos almas sobre el océano, sobre la isla del sacrificio.


Yo quiero la eternidad, lo absoluto, la extensión y la no existencia de los limites dijo el más caprichoso y desahuciado de los entes.

Él otro lo miró, convaleciente, impotente, arraigado, anhelante. Perdón pronunció su voz sollozante.
Te observé en el horizonte, vi tu reflejo en mi frente y tu voz fue el delirio de mis ansias por saborear el paraíso concluyó.

Yo me alimento del amor,
de su ausencia o permanencia surgen mis raíces.

Nuestros rostros bailaron ante el dolor de la ausencia;
Un viento sopló, frente a frente, nariz a nariz, ojos allegados,
cómo si nuestras almas hubieran sido unificadas en su lejanía.

Te observo. Tienes cuatro ojos, cada uno más hermoso que el otro. Cómo quisiera entrar en ellos, abrir cada cerrojo en tu alma y nadar; zambullirme en la espesura de lo que ocultas, ahogarme en la pesadez de tus secretos y sentimientos. Cómo quisiera... dijo él más joven, él caprichoso. Su sonrisa penetró los muros del nostálgico.

Un impulso abandono sus cadenas y poseyó los cuerpos; Un sentimiento inadvertido, oculto, sin embargo conocido, llamó sus labios a unirse en la danza espectral simulada por la noche.

Lo había encontrado. Ese canto, ese equilibrio, la transparencia en lo desconocido. Almas fusionándose, rostros tocándose el uno al otro, hermosura y conceptos cayendo por su peso. Déjenle la eternidad a los mortales, la espera a los adoloridos: nosotros nos contemplaremos en nuestra unificación hasta la reanudación del tiempo.

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