Con desprecio leo a mis hijos
porqué sus formas y matices
evocan la enfermedad de un estúpido.
Demonios que al iluminarse
me poseen y me llevan lejos de mí.
No soy tú.
No soy yo.
No eres tú.
Desconozco al ser que me sonríe
desde las esquinas del poema,
desde los rincones más soleados
y apartados de la realidad.
Las cohibiciones se han oscurecido
para ser desarraigables.
Busco la perfección, abro una ventana,
(tal vez también la fabrico)
dejando entrar vientos y confusión.
Caos reptante, caos irreconocible;
se apodera de mis hijos y los hace bastardos.
Me hace odiarlos. Me hago odiarlos.
Los odio, los desprecio,
sin embargo cada segundo indago en ellos.
Me refugio bajo sus sombras
porque tales sensaciones me reconfortan
como las canciones que brotaban de mí hogar,
la infancia.
(Meses ayer).
Frecuento sus calles con inexpresable placer
porqué me recuerdan quien solía ser.
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