¿Y si el silencio es ruido rebelde y el ruido silencio bastardo?
Allá habita un ser (casi) traslucido, cuya consecuencia es la reflección de la cual provengo.
Nuestra fricción constante origina una bruma que rodea nuestros cuerpos. Nuestros pensamientos fornican inconscientemente bajo la luz de la luna: creando percepciones, interpretando belleza, estableciendo hermosura y determinando conceptos.
Somos dos -aparentemente- en el juego de encontrarnos mutuamente, mientras nuestros labios gozan al formular cada uno de nuestros posibles nombres.
La silueta es dibujada al ritmo del viento, porqué nuestros cuerpos fluyen junto a él al poseer la misma característica fundamental (luz, transparencia, tal vez).
¿Qué nos hace ser iguales a él? ¿Qué me relaciona a ellos? ¿Qué lo relaciona con nosotros, con todos?
Somos. La incesante búsqueda engendra la fricción ya mencionada, eyaculando a través de las palabras una consistencia en forma de río. Río salvaje, río pacifico. Río que fluye hacia el mar. Hacia ese ilusivo concepto (establecido así en el camino como lo ha sido la estrella del norte) llamado yo.
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