La oscuridad es magnetizada
por palabras y pensamientos:
para cerrar una ventana, ocultar,
prescindir de cualquier mirada (y sus juicios)
que destruya al mecanismo en proceso de parto.
La oscuridad es tomada, destruida,
dividida, renacida, retomada,
reconstruida, re-formulada,
solo para construir.
Los ceniceros podrían ser cementerios
donde anidan almas e ideas;
donde viven errantes posibilidades,
mascaras que esperan ser incendiadas
solo para que el infante palpe el punto inicial
quien también ansia ser destruido
para des-ocultar la amenaza yaciente, escondida,
en el desvarío de los reflejos.
No. La llegada sucederá,
tal vez al amanecer o al atardecer
la hora del (re)encuentro es desconocida;
el minuto en que las sombras y los espejos cesen su baile
es aborrecida.
(Por amor al desamor, por obsesión,
por adicción a la de-construcción)
II
El pecho inerte, el aire asqueroso
los pensamientos inmundos
rodean el aquelarre
Fantasmas desconocidos, inadvertidos
vigilan celosamente el nacimiento
mientras el infante sacrificado
chilla la desaparición.
La extinción de los ubicuos es ansiada.
Sus muertes son practicadas en cada línea,
junto al sueño de un cuchillo cortando gargantas.
Goce llamado a desaparecer, porqué no es necesario
ni real.
¡No se acerquen al altar donde mis órganos
han sido inmolados por placer caníbal!
Éste lugar solo mío, éste lugar de inexistencia
donde la luz y la oscuridad bailan tomadas de la mano
en perfecta armonía procreadora.
El fuego rasga mis venas
mientras los infantes apuñalan mis manos
para seguir creando
excavando;
dibujando tan despreciado circulo
que aprisiona mi garganta
y que con cada palabra
me sofoca más y más.
El eco hace presencia
manchando los lienzos del alma extraviada;
del alma que ansía volver,
que goza al imaginar orgías entre ángeles y demonios
La reencarnación será real.
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